Hoy un buen amigo que tengo se va a Bélgica. No quiere vivir ahí, pero está haciendo un máster y es lo que toca. Para hacerle un poco más llevadera su estancia me he pasado todo enero imprimiendo fotos. Son fotos que he sacado con el móvil, con mi antigua cámara analógica, que son recientes, que son viejas… Y que le voy a regalar aproximadamente dos horas después de que termine de escribir esta mesa de redacción. Por extraño que pueda sonar para algunos, tras todo este proceso he descubierto el arte de regalar fotos. Puede que sea cosa mía, pero de pequeño las únicas fotos que he recibido y he dado eran fotos de comuniones, bautizos, bodas... Situaciones obviamente especiales, pero que no representan la vida que poco a poco abandonaba al hacerme mayor, con personas y momentos que echo de menos y que no volverán. Por eso me siento como si hubiera descubierto América cuando miro las fotos que le voy a regalar a mi amigo. Al tenerlas entre mis manos tengo la sensación de que esos recuerdos son más reales, de que con ellas le estoy diciendo a mi amigo “estos momentazos ocurrieron y no quiero que se te olvide”. Es algo muy satisfactorio y si hay alguien que está leyendo esto que todavía no lo ha experimentado... ¿A qué esperas?