Aunque parezca mentira, en nuestro amado templo del cortado mañanero, Don Carnal tiene todavía sus fieles entre algunos viejillos. No hay vestimentas sofisticadas o estrambóticas, pero no será la primera vez que algún venerable que está más pallá que pacá se nos presenta con algún bigote postizo, un sombrero loco o algo parecido. Es más, ha sucedido alguna vez que el becario nos ha martirizado con Celia y su La vida es un carnaval en bucle y ha habido alguna que otra cadera nonagenaria con movimiento pendular, ta-ta. Claro que entre tanta alegría, hay quien no se olvida que a este sitio se viene a criticar, así que llevamos un par de días dándole grasa a la clase política, a esos y esas que, como sostiene con firmeza nuestro amado escanciador de café y otras sustancias (todo dulzura él), andan cada día del año con la máscara y el disfraz puestos. Así que anteayer, tirando del hilo, uno de los veteranos propuso que la próxima campaña de la cosa vasca no se plantee como una sucesión de mítines. Apuntó que lo suyo es que cada partido y coalición monte una comparsa, se haga su carroza decorada con mucho brilli-brilli y fantasía, y se invente unas coreografías para ir con sus militantes por las plazas y pueblos de Euskadi. Como mínimo, sería más divertido. E igual de útil.