Dicen en la tele que los almendros acaban de florecer en Granada, la gente en Gijón se estuvo bañando en la playa este fin de semana y aquí en casa empezamos a potear en las terrazas, al fresco, pero con gafas oscuras y a veces hasta con los abrigos apilados en una silla. En los momentos del día en los que el sol más calienta, cerca de parques y jardines, se intuyen olores a primavera, y como cuando el personal sale de currar todavía no ha anochecido surge la tentación de dar una vuelta antes de recogerse en casa. La limpia luz del templado invierno vitoriano irradia rayos UVA y optimismo, y sentimos todos la alegría de vivir que la niebla, el frío y las precipitaciones nos han hurtado en las últimas semanas. Aprovechemos, porque a la vista de la tendencia de los últimos años es más que posible que estemos disfrutando de una primavera a crédito, y que las flores que sobrevivan a las escasas pero mortíferas heladas que seguro están por venir se achicharren para Semana Santa y las alarmas se enciendan, un año más, en el campo alavés. Preparémonos para sudar durante seis largos meses, para huir de las explanadas de cemento en las que hemos transformado las plazas públicas de las ciudades, y corramos al Tiger en busca de ventiladores portátiles USB.