Pues qué quieren que les diga. El que escribe esta breve reseña hace tiempo que debería peinar canas, aunque no lo hace por cuestiones evidentes. Desde la atalaya privilegiada que otorga la acumulación de años, buena parte de ellos, juntando letras en distintos medios de comunicación gasteiztarras, ya no me sorprendo de la falta de miras (y quizás, de capacidad) de algunos de los que acaban formando parte de las instituciones que rigen la vida de vitorianos y alaveses tras haber pasado el colador de las listas electorales y de los posteriores comicios. Los citados, una vez asumida su dignidad institucional, acostumbran a obviar por completo su obligación, que no es otra que trabajar por el bien común de la ciudad, del territorio histórico y de sus vecinos, a los que tienen que servir y procurar hacer la vida más fácil. A cambio, se gustan, figuran y trajinan, manipulan y hacen que negocian, critican, censuran y arman discursos vacíos y todo ello para mayor gloria de sus propios intereses y de los de las siglas y preceptos a los que se deben. Sin embargo, ya no pueden engañar. Son demasiados años en los que la incapacidad para alcanzar acuerdos entre diferentes en estos lares tan dados a las minorías mayoritarias ha dejado su impronta como para cambiar ahora. En fin.