Los derechosos, a los que se les llena la boca con palabras como democracia y Constitución, no necesitan mucho para asomar la patita. O la garra del aguilucho. Y acaban evidenciando lo que siempre han sido: los herederos de aquellos que lo que menos deseaban era democracia y Constitución y a quienes les repatea que se apliquen sus reglas si no es como a ellos les interesa. El último capítulo lo hemos vivido estos últimos días en la vecina Navarra. Estos demócratas, cuando se ven alejados de poltronas que se creen que les pertenecen por derecho propio, empiezan a soltar mierda por la boca. Escoria, en este caso, ha sido uno de los muchos términos elegidos para despotricar contra los oponentes políticos. Como si dentro de las reglas que nos gobiernan, nos gusten más o menos, no existiese la opción de plantear una moción de censura. O como si pactar con ciertos partidos políticos completamente legales estuviese prohibido, mientras que ellos sí que se permiten acordar con algún grupo de dudosa catadura moral y que la Constitución la usa para limpiarse tras ir al retrete. Pero no, la democracia que algunos siguen pretendiendo es aquella que solo se puede aplicar a la carta y según sus preceptos. El resto, solo somos escoria.