En las adversidades sale a la luz la virtud, constató en griego el gran filósofo. Siguiendo la estela de Aristóteles, Sánchez alumbró la amnistía en aras al bien superior de la “normalización” en Catalunya y en ganancia particular de los votos necesarios para conservar la Moncloa al precio del fastidioso contraste con la hemeroteca. La misma que también incomoda a Feijóo porque su bochornoso intento de investidura para nada fracasó por no venderse, sino por ligar su futuro próximo a la ultraderecha y cerrarse así la puerta de siete de los ocho teóricos mejores postores –salvo Coalición Canaria– que conforman la mayoría que sostendrá a Sánchez merced a 12,5 millones de votos.
Explicitada la legitimidad de la nueva presidencia española, que encarna la gobernanza plural en contraposición al frente conservador exclusivista, debe constatarse también el control de legalidad que ejercerá el Tribunal Constitucional de una proposición de ley de amnistía que en su preámbulo especifica que la medida de gracia por la convivencia democrática resulta una “excepción” a las normas plenamente vigentes y que “todos los caminos deben transitar dentro del ordenamiento jurídico”. Frente a esas evidencias, la caverna política y mediática persiste en la dialéctica del fraude electoral, el golpismo y hasta la dictadura, sumándose desde la judicatura diestra la tesis falaz del mancillamiento de la separación de poderes a la que al parecer sí se atiene este PP insumiso al imperativo constitucional de renovar el Poder Judicial o los magistrados con el mandato caducado hace un lustro.
En ese contexto de presión externa con el facherío bramando en la calle, a la que se agrega la patronal española por su inclinación natural al liberalismo, constituye un desafío colosal la exigencia de que todos los promotores de la investidura lo pacten todo y todo el tiempo. Y más ante las tensiones duales de Sumar y Podemos, Junts y ERC, y PNV y Bildu, estos en vísperas de una campaña vasca de alto voltaje. Cabe colegir que con los primeros Presupuestos aprobados y hasta con los siguientes prorrogados, Sánchez tiene asegurados dos años más en Moncloa y será a partir del ecuador de la legislatura cuando aflore la incertidumbre a expensas también del nivel de cumplimiento de los acuerdos multipartitos del PSOE, que el PNV condicionó a la negociación finalista de traspasos como el régimen económico de la Seguridad Social inserto en el Estatuto, ley orgánica del bloque de constitucionalidad. Veremos entonces el grado de fricción entre las derechas y en el seno del propio PP.
Este es el minuto y resultado de la contienda patria cuando tras los comicios municipales de mayo Sánchez parecía de nuevo calcinado. Pero otra vez resurgió de sus cenizas con el adelanto electoral para agrandar el enigma sobre su persona, para unos un avezado estratega, para otros un osado tahúr y para todos un adonis con suerte. Mientras de Feijóo cunde la certeza general de que, 20 meses después de llegar a Madrid, sigue perdido. Aunque se tenga por virtuoso, lo será en el sentido platónico: porque se conforma con soñar lo que el pecador –pongamos Sánchez– realiza en vida.