Lo de seguir con el kinito, lo descartaron ayer a media tarde. Los más irreductibles de los viejillos de nuestro amado templo del cortado mañanero se están metiendo entre pecho y espalda un maratón de la cosa de la investidura que parece no tener fin. En principio, la idea era juntarse en el local para seguir los discursos bajo una premisa básica: cada vez que alguien en el púlpito dijese la palabra amnistía, txupito. Bueno, para ser justos, habría que decir mejor: sorbo (generoso, eso sí) del tinto de año que suele tener nuestro escanciador de café y otras sustancias, que podría utilizarse de desatascador de tuberías tranquilamente, todo sea dicho. Pero hubo que abortar la misión viendo el pedo que más de uno de los presentes se estaba cogiendo. Cuando ya un profesor jubilado que suele ser de los juiciosos del grupo, se levantó en pleno bar y gritó aquello de ¡Viva el vino! –¡qué de fans tiene Mariano en este sitio!– se decidió que era mejor abandonar la estrategia alcohólica o alguno no iba a llegar vivo a la votación de hoy. Claro que sin el vino de por medio, el tema perdió gracia. Al fin y al cabo, los viejillos saben que, gobierne uno u otro, ellos mañana tendrán que volver a hacer cola en la caja, rezar para conseguir una cita con el médico y aprender física cuántica para llegar a final de mes.
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