Hipócritas hay en todos los lados y entre los viejillos de nuestro amado templo del cortado mañanero es complicado encontrar a la excepción. Toda la vida poniendo a parir a los jóvenes y les tenemos desde hace un par de semanas a punto de pedir la Gazte Txartela. Ya en julio se pusieron en marcha los servicios secretos del local al ver obras en una lonja cercana, acto casi milagroso en el desierto comercial del barrio. Pronto se averiguó que la cosa no iba a ser una tienda, sino un estudio. En septiembre, el local se puso en marcha, acogiendo en su interior a dos almas benditas y veinteañeras que ante la falta de un sitio decente por la zona, han terminado por venir al nuestro a desayunar todos los días. Es la primera vez que, de manera continua, nuestro escanciador de café y otras sustancias está utilizando el aparatejo para cobrar con el móvil. A pesar de la parroquia, las dos buenas mujeres no faltan a la cita y, claro, los aitites ya han sometido a ambas al tercer grado, nivel gota malaya. Antes la gente joven era una vividora que no sabía sacar la cara de la pantalla. Ahora, los viejillos están a nada de salir a la calle contra la subida del euríbor, los salarios precarios, los contratos abusivos y lo que toque. Porque ellas no lo saben todavía, y seguramente no lo quieren, pero ya son de la familia.