Escribo estas líneas cuando aún faltan unos minutos para que se cierren los colegios electorales. ¿Conocen el experimento del gato de Schrödinger? Pues algo así son estos minutos. Todo es posible y al mismo tiempo. Gana cualquiera de ellos y ese mismo, a la vez, es el que pierde. Así supongo que deben sentirse en las salas de guerra de los partidos durante las jornadas electorales. Pasa algo similar en las noches electorales, cuando normalmente nadie pierde aunque su partido se despeñe sin paracaídas; pero eso pertenece me temo a otro fenómeno. Hemos cerrado dos semanas que merecerán a buen seguro algún análisis sesudo y desapasionado sobre tácticas, sobre aprendices nada acomplejados de teorías comunicativas goebbelsianas, sobre demagogia más vieja que el hilo negro y cómo partidos chapotean ya sin complejos en el argumentario más visceral porque, querido lector, querida lectora, los ciudadanos se lo compramos. Si convertir la indignidad y la amoralidad del “que te vote Txapote” casi en un grito festivo no da la medida de la peligrosa deriva de la política patria –y de la que trasciende las fronteras peninsulares– es que hemos perdido ya toda brújula. Cuando lean estas líneas, ya habremos abierto la caja. ¿Seguirá vivo el gato?
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