El estío veraniego del fútbol está aderezado por los movimientos de mercado y otros clásicos como el sorteo del calendario para poder planificar excursiones a lugares cercanos la temporada próxima. También es tiempo de sesudas reuniones de los diferentes organismos rectores y es en estas situaciones cuando se aprecia el doble rasero que tienen todas ellas en función del sujeto, en este caso club, al que toque valorar. Hace un par de semanas la UEFA recomendó la exclusión de Osasuna de la próxima Conference League por haber estado presuntamente involucrado en el amaño de partidos en la temporada 2013-14. Es cierto que fueron condenados directivos de la entidad rojilla, pero en aquel proceso el club se presentó como acusación particular y no fue condenado. Cuando la institución sobre la que se ha puesto la lupa es el Barcelona, esa misma UEFA a pesar de que su presidente apuntó que todo lo referido al Caso Negreira era “de lo más grave que había visto en el fútbol”, mira para otro lado y considera que pagar 7,3 millones de euros al vicepresidente de los árbitros durante 15 años no es motivo para excluirle de disputar la próxima edición de la Champions League. Fuerte con los débiles y débil con los fuertes. Algo huele a podrido.
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