Aumentar las tasas de reciclaje de todos los desperdicios que generamos en nuestros hogares y centros de trabajo es uno de los grandes retos de las sociedades avanzadas y, aunque cada vez se dan más pasos en la dirección adecuada, lo cierto es que todavía nos falta por mejorar. Lo primero de todo, como individuos –y me pongo el primero en la lista–, ya que en no pocas ocasiones somos incapaces de identificar qué cosa va a cada espacio de reciclaje. Yo en algunos casos sigo sin enterarme, sobre todo cuando hay cartón de por medio, como puede ser una caja de pizza que, en teoría, no puede ir al contenedor azul, aunque hay asociaciones que consideran que siempre tiene que reciclarse en ese espacio. En otros directamente es la pereza la que nos lleva a depositar el desecho en la bolsa que no le corresponde. Tanto en unos casos como en otros, se producen contaminaciones que entorpecen el proceso de reciclaje. Pero si nosotros cometemos errores, a veces tampoco nos ayudan mucho. A mi barrio ha llegado ya el cambio en los contenedores y las bolsas con plásticos tenemos que meterlas en un buzón de boca exigua que muchas veces las destrozan. Y tampoco es fácil lanzar pesadas bolsas al contenedor de resto. Reciclar es vital; por eso, mejor facilitar las cosas.