Cuando escucho la eterna cantinela de los valores que deben presidir cualquier práctica deportiva, casi siempre me entran sudores fríos. Estamos en un mundo tan profesionalizado y donde se mueve dinero en cantidades industriales que, tan solo muy de vez en cuando, podemos rescatar gestos de grandeza. El baloncesto nos ha ofrecido esta semana una soberana lección acerca de la miseria de unos deportistas que se enfundaron los guantes de boxeo para propiciar una de las estampas más vergonzosas que se recuerdan. Con todo, la barriobajera pelea en el partido de Euroliga entre el Real Madrid y el Partizan –saldada con sanciones ridículas, por cierto– no ha sido lo peor. Más que los puñetazos, las patadas o la llave de judo, lo censurable ha sido la actitud de algunos a posteriori. Chus Mateo llegó a justificar la reyerta asegurando que “hay que ponerse en la piel de los jugadores, saber a qué pulsaciones están e intentar entenderlo”. El club blanco, que ya hizo la vista gorda recientemente con el puñetazo de Valverde a Baena, hizo jugar ayer como si nada ante el Zaragoza a Yabusele, al que incluso se le jaleó como si fuese un héroe en el WiZink Center. Y, mientras tanto, medios y periodistas que ningunean el baloncesto aprovechando toda la carnaza en busca de audiencia.
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