El ministro de Agricultura lleva meses diciendo que la bajada de los precios de los alimentos está a la vuelta de la esquina, una eventualidad que está “más cerca que lejos”, según dijo el pasado lunes. Ahora, con cuidado, echen un vistazo al cielo. Y traten de recordar cuándo fue la última vez que llovió con fundamento. Si la cosa está así en nuestras coordenadas geográficas, ni les cuento cómo está el asunto en el sur peninsular o en la costa mediterránea. Yo soy más urbanita que otra cosa, pero si no llueve, y las cosechas merman, y no hay pastos para el ganado, y se cumple aquello de la oferta y la demanda, alguien me va a tener que explicar cómo van a bajar los precios de la cesta de la compra. Luego vienen tontos a las tres a los que hemos dado micrófonos y redes sociales a alimentar teorías negacionistas –del cambio climático en este caso–, porque en estos tiempos, sí, la tontuna vende. Mientras tanto, nos dicen que estamos ya metidos de lleno en la primera ola de calor del año. Abril. Ni a San Prudencio va a respetar ya el calentamiento global. Veinte personalidades parisinas de ámbitos diversos han elaborado un informe en el que proponen medidas para adaptar la capital francesa a veranos sofocantes que puedan alcanzar los 50 °C. El futuro ya está aquí y nos va a dar un soplamocos.
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