Hace unos días les hablaba del ejemplo que supone nuestro compañero Gonzalo y el enorme corazón que demuestra tener al invertir su tiempo libre en retos solidarios para ayudar a personas enfermas. Desgraciadamente, no todos los que nos rodean se caracterizan por la bondad y todos conocemos ejemplos de quienes aprovechan el más mínimo resquicio para evidenciar que son unos jetas y caraduras de tomo y lomo. Recientemente, a la salida de un semáforo que se puso en verde, un vehículo frenó repentinamente y el que iba detrás impactó al no reaccionar a tiempo. No les puedo decir a qué velocidad iban esos dos vehículos, pero, en todo caso, era muy reducida porque no habían avanzado ni una decena de metros cuando se produjo la colisión. Para mí sorpresa, improvisado testigo, quien conducía el vehículo que sufrió el golpe –que a simple vista ni se apreciaba en el parachoques–, se bajó del mismo haciendo ostensibles gestos de dolor, reseñando que el impacto le había dañado el cuello y que apenas podía moverlo. Un día me sorprende una llamada de quien dio el golpe. Le reclamaban casi 30.000 euros en daños, lo nunca visto según le dijeron desde su aseguradora. Juzguen ustedes cómo llamar al interfecto, que yo lo he dejado claro en el título.