Significado de conciencia, según la RAE: “Conocimiento del bien y del mal que permite a la persona enjuiciar moralmente la realidad y los actos, en especial los propios”. Y apostilla de John Gay, poeta inglés del siglo XVIII: “Desarrollarles la conciencia es el regalo más valioso que se les puede dar a los hijos”. Léase los individuos que conforman la savia nueva de nuestra sociedad. Qué sería de ella sin conciencia entendida como un mínimo sentido ético compartido por la inmensa mayoría ciudadana. Pues el homo homini lupus de Hobbes, que el hombre sería un lobo para el hombre.
Viene esta moralina a cuenta de que los delitos de odio se han cuadruplicado en Euskadi desde 2019, con el doble factor agravante de que la mayoría son de índole racista y que los cometen varones de aquí. Más allá de que el aumento de incidentes obedezca en buena medida a la diligencia policial en su detección y registro, resulta manifiesta la necesidad de ahondar en la concienciación contra la xenofobia que anida en esta tierra, rebosante en general de solidaridad. Se impone por tanto combatir argumentalmente los discursos de odio basados en el mendaz binomio delincuencia/inmigración, un estigma que refuta la estadística de criminalidad, y en la falacia de que los extranjeros vienen a quitarnos el trabajo, cuando las más de las veces ocupan los empleos que no desean los autóctonos por su dureza y/o escasa remuneración como las tareas domésticas y agrarias de temporada.
Si el respeto al prójimo y más en concreto a las minorías constituye la esencia misma de la democracia, todavía cabe exigir si acaso mayor consideración por el entorno que nos cobija a todos. Así, la conciencia ecológica se erige en un imperativo de supervivencia del planeta mientras el cambio climático avanza imparable. De hecho, todos los indicadores empeoraron en 2022 y ahora nos amenaza una sequía que en Álava adelanta producciones agrícolas y reduce pastos para el ganado, aunque queden reservas de agua a un año vista. Urge en consecuencia sensibilizar aun con más énfasis no solo en el reciclaje de residuos sino muy especialmente en la reducción de los consumos privados que los originan. Por supuesto de combustibles fósiles, porque la movilidad genera un tercio de las emisiones de CO2 a la atmósfera (y de ahí la bonanza del transporte público, en particular el tren, y de la bicicleta), pero también de ropa como segunda industria contaminante y obviamente de la alimentación que no sea de kilómetro cero ante el impacto por su transporte y embalaje.
En época preelectoral es tiempo de constatar que la doble conciencia social y medioambiental, que preconiza la igualdad entre las personas y la sostenibilidad del ecosistema, debería cimentar el programa común de todos los partidos dignos de votarse. En sentido inverso, que caiga sobre la conciencia de los votantes irresponsables el sufragio negacionista del humanismo y la humanidad que amenaza la convivencia presente y el futuro global.