Hubo un tiempo en el que esperaba con ansia los primeros días de calor primaverales que nos libraban de ese paisaje gris, lluvioso y casi depresivo que solíamos vivir durante gran parte del año en Euskadi. Ahora, sin embargo, jornadas como las recientes, alcanzando temperaturas superiores a los 20 grados en pleno mes de abril y un sol que anima a buscar la sombra, producen en mí el efecto contrario. Lo que ahora me alegra son los días lluviosos que ayudan a reponer nuestros pantanos y dan un respiro a nuestros árboles y parques, que antes de verano empiezan ya a mostrar calvas y grietas en la tierra propias de la falta de agua. Aquel refrán de “en abril, aguas mil” ya ha quedado en desuso, y es que en los primeros 16 días del mes han caído en España 5 litros de agua por metro cuadrado cuando la media por esas fechas es de 32. Pronto, la expresión “más claro, agua” se transformará en “más caro, agua” por la escasez de este bien esencial. Los efectos adversos del cambio climático son evidentes, y lo que más me molesta es que siga habiendo gente que lo niega o mira para otro lado. Preferiría que los poderosos, al menos, fueran sinceros y dijeran claramente que no van a hacer nada porque no quieren perder comodidades ni dinero y porque serán los últimos en sufrir las consecuencias.