Una confesión para empezar: de seguir aquí, El Fary me detestaría. Y no por aversión a su tema El toro guapo, lo peor que se ha cantado en castellano, sino por lo que él definió como hombre blandengue en un vídeo viralizado en el paleolítico digital. Vaya, el hombre de la “bolsa de la compra” del que la mujer se “aprovecha”, merecedor de “capones” como tantos otros. Porque, sí, en mi entorno abundan los hombres blandengues en fatal acepción de El Fary, chicos que además sí lloran en contradicción de la doctrina espartana. Varones que dejaron de conducirse como analfabetos emocionales liberados de un cliché de virilidad ultramontana. Y que además han ido dotándose de una mirada feminista, todavía por pulir del todo frente a los micromachismos cotidianos, desde la plena conciencia de la igualdad vital.  

Falta mucho por hacer, demasiado sí, con la violencia machista como desgarradora evidencia. Aunque en vísperas de este 8-M conviene también señalar los avances, para comenzar en el ámbito doméstico. Disculpen que recurra a lo más próximo, pero veo en los hogares compartidos mucho amo de casa de verdad. Individuos que han pasado de ayudar a sus compañeras, por ejemplo haciendo la compra o cocinando en un alarde, a ejercer como corresponsables, en la toma de decisiones primero y asumiendo las tareas más ingratas como la limpieza o la plancha cuando toca. Y lo mismo resulta de aplicación a los cuidados de terceros, descendientes para cuya crianza se reparten los progenitores así como padres y madres de edad avanzada con necesidad de atención a tiempo completo. Abusando de su confianza, les confieso también entrado en la cincuentena mi acentuada sensación de orgullo por los amigos que tengo en suerte vista su respuesta ante las penalidades de sus mayores. 

Albergo más dudas sobre el resultado de este combate contra el machismo entre las nuevas generaciones, sumidas en un mundo digital donde asomando apenas la nariz se huelen mensajes y comportamientos nauseabundos. Ante lo que pueda cocerse en esos estertores ajenos a los adultos solo nos queda el antídoto de la prédica con el ejemplo de una masculinidad feminista proactiva. Con discursos y hechos deslegitimadores de actitudes sexistas, machistas y en última instancia misóginas. Como continuidad en el ámbito familiar de los valores de igualdad inherentes a la educación mixta, del todo prevalente frente a una segregación escolar anómala en una sociedad diversa.  

Esa masculinidad feminista debe desplegarse con toda intensidad en el entorno laboral para que en todo momento prevalezcan el mérito y la capacidad, sin distinción de sexos ni tampoco falsas condescendencias o patéticos cortejos. Vaya desde este modesto rincón dominical mi reconocimiento a las compañeras de fatigas periodísticas, jabatas de la vida en general: Miren, Sara, Begoña, Carla, Rebeca, Agurtzane, Zuriñe, Ruth, Irati, Araceli, Eva, Eunate, Leticia, Pilar, Amelia, Ana, Beatriz y Estíbaliz.