Un buen amigo de la infancia que acababa de ser papá me lo advirtió en su día cuando, entre otras muchas cosas, era el clásico adolescente al que se le hacían largas las noches casi todos los fines de semana. “Aprovecha ahora porque luego ni te apetecerá salir del cansancio”. Recuerdo que puse en cuarentena esas palabras porque tenía cuerpo para aguantar carros y carretas por mucho que en el futuro, tal y como era mi intención, decidiera crear una familia. Pues bien, ahora puedo decir con claridad que Diego tenía razón. Soy ya uno de los innumerables padres que llega con la lengua fuera a finales de semana y apenas se desfoga. Pese a que en casa la que realmente puede colgarse las medallas por su espartana dedicación a todos los menesteres domésticos es mi mujer, ya no me quedan fuerzas para nada. La vida de unos padres con hijos es extremadamente compleja. Al margen de que esta perniciosa inflación nos está poniendo contra las cuerdas, el sacrificado día a día te va minando tanto a nivel físico como mental. Que si llevar a los niños al colegio con puntualidad, que si acostarlos, que si las extraescolares, que si hacer los deberes, que si preparar la comida... Si a ello le sumas el estrés propio de tu trabajo, esto es un sinvivir. Cuando algunos te llaman carroza, no saben lo que hay detrás.
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