Un batallón de gentes diversas pensamos lo que Groucho Marx, que “inteligencia militar” es una contradicción in terminis. Por si la historia de la Humanidad no hubiera dejado pistas suficientes ya nos lo recuerda la invasión de Ucrania en un solo año de lucha sin cuartel, con sus alrededor de 200.000 soldados de ambos contendientes muertos o heridos y más de 8.000 civiles masacrados, con el corolario de 18 millones de personas huidas y otros cinco millones más de desplazados internos. Sin contar el pozo emocional que les espera a los niños que salven el pellejo tras crecer entre búnkeres y despojos, así como a las nuevas generaciones nacidas en un país derruido. Ya lo señaló muy bien Isaac Asimov: “No solo los vivos son asesinados en la guerra”.

Como la guerra no solo deja cadáveres en las cunetas, también existencias con la soga al cuello en lugares ajenos a las bombas. Familias enteras ahogadas económicamente por todo Occidente –del Sur ni hablamos–, un empobrecimiento que comienza con el alza de las materias primas para acabar disparando los precios en la misma medida que menguan los recursos para atender necesidades básicas. A lo que agregar el incremento de los tipos de interés para complicar todavía más el acceso a financiación en un contexto de incertidumbre que ralentiza la contratación y congela los salarios. Lo peor es que no se atisba el final, justo hasta donde Putin dice que llevará su guerra. Salvo que Estados Unidos y China sienten respectivamente a una mesa a Ucrania y Rusia en pos de una solución que les depare un grado de insatisfacción asumible en cumplimiento del aserto de Napoleón de que “en la guerra, como en el amor, para acabar es necesario verse de frente”.

Poco hay más antitético al belicismo que el cooperativismo, la fórmula empresarial que concilia la competitividad con el desarrollo de las personas y que en Euskadi cumple 40 años como modelo de éxito. Fiel reflejo por lo demás de la pujanza de un país desde la solidaridad, “la poderosa palanca que multiplica nuestras fuerzas” según José María Arizmendiarrieta, impulsor en Mondragon de Fagor, Eroski o Caja Laboral como referentes de primer orden. Porque, además de colocar a la persona en el centro de la lógica productiva, la Economía Social procura el crecimiento equilibrado, el desarrollo sostenible y el pleno empleo, además del progreso social. Justo lo contrario que la guerra de Putin.

Larga vida por tanto a las 1.400 empresas agrupadas en Konfekoop, la unión desde 2020 del cooperativismo vasco alumbrado en 1982 con una ley específica, hoy con 60.000 empleos, 1,4 millones de personas socias y 11.100 millones de facturación. Aun en estos tiempos convulsos, que el movimiento se demuestre como hasta ahora andando sobre las ideas de que “se trata de llegar a una sociedad rica más que a una sociedad de ricos” y de que “la riqueza de un pueblo no consiste en la abundancia de bienes, sino en su justa distribución”. Palabra de Arizmendiarrieta.