Hace un año y un día contemplábamos atónitos los primeros bombardeos del ejército ruso sobre territorio ucraniano. No llegábamos a entender cómo, en pleno siglo XXI, era posible revivir imágenes de una guerra, algo que creíamos desterrado ya de la opulenta Europa. 366 días después la batalla en las trincheras y los cañonazos han pasado a ocupar un lugar secundario en los informativos. No ha sucedido así esta semana, los medios se volcaron ayer con programaciones especiales y emisión de informativos en directo desde Kiev. Queda muy humano ese interés de un puñado de días. La batalla, muertes y devastación siguen hoy allí cuando los enviados especiales retornan a las comodidades y calor de su hogar. En medio de las montañas de escombros y edificios derruidos buscarán la manera de sobrevivir los ciudadanos ucranianos a los que se ha convertido en noticia estos días. La guerra continuará durante un tiempo que nadie es capaz de vaticinar, pero que se augura será muy prolongado. Se me ponen los pelos como escarpias al escuchar que hacen falta “menos aplausos y más munición” para Ucrania. La vía negociadora se ha descartado por completo y hoy estamos ya en el primer día del segundo año de esta cruel guerra. ¿Y ahora qué?