Puede que me haya vuelto un carroza y acuse sobremanera el inexorable paso de los años, pero hay cosas que cada vez llevo peor. Aunque imagino que muchos piensan como yo, aborrezco cada vez más la lluvia y el frío. Y, en mi caso, también la nieve pese a los incontables artículos que aluden a la supuesta felicidad que trae a nuestras vidas. Esto último viene a colación de lo que nos ha tocado vivir recientemente a los gasteiztarras. No me ha quedado otro remedio que cambiar de rutinas para afrontar la repentina nevada que azotó a nuestra querida ciudad, sobre todo prescindir del coche y hacer uso del autobús para llevar a los hijos al colegio. Cuando se convierte en hielo, conducir supone un peligro latente y no soy Fernando Alonso al volante. Sin embargo, es de celebrar la rápida actuación de los servicios de emergencia para que, en líneas generales, no se registrasen incidentes. El invierno ha llegado con toda su crudeza a Álava y es lo que toca. Tengo colegas de mis años juveniles que son felices en esta época. La ciudad llega a ponerse preciosa y mis hijos pequeños disfrutan de lo lindo tirándome los clásicos bolazos, pero cada vez que llega una nevada frunzo el ceño. Cruzaré los dedos para que este fenómeno meteorológico nos dé un respiro en febrero.