aunque el rostro de Dmitry Piterman que recientemente hemos podido volver a ver no se asemeja en exceso al que por estos lares tantas veces tuvimos que contemplar durante tres años negros –el cirujano no debía ser de los mejores, pues le ha dejado cierto aire a Monchito–, lo cierto es que la cara la sigue teniendo dura como el cemento. Nadie podía esperar que después de salir por patas dejando al Deportivo Alavés en la miseria fuese a reconocer que se lo llevó crudo –más quienes le secundaban que él mismo, todo hay que decirlo, pues la banda de maleantes cobijada bajo su ala daba casi más miedo que el propio presidente y alguno se llevó hasta los bolígrafos de Mendizorroza–, pero sus disculpas por los daños que hubiera podido causar en su paso por Vitoria fueron aún más enervantes que si hubiese permanecido callado. Porque, cabe recordar, que en el Palacio de Justicia gasteiztarra se mantienen en curso procesos legales para castigar aquella nefasta gestión que casi conduce al Glorioso al óbito. A todos estos requerimientos sigue sin responder un Piterman que se siente seguro con todo el Atlántico de por medio, consciente de que es casi imposible que condena alguna se ejecute. Por eso se puede permitir salir de su escondite y, una vez más, reírse del alavesismo. l