na de las series que me cautivó cuando aún no tenía uso de razón era El Príncipe de Bel-Air. Pasé horas y horas pegado al televisor disfrutando de unos capítulos legendarios que me hacían saltar del sillón de la risa. Will Smith se hacía querer por todo y era entrañable. Muchos nos veíamos reflejados incluso en el papel que le tocaba interpretar. Sus vaciladas al pequeño Carlton sobre su altura eran inolvidables. Philip también recibía dardos envenenados debido a su sobrepeso y Hilary no se libraba de sus bromas picantes cuando se proponía ligar con hombres adinerados. El humor no puede faltar jamás en la vida, más en momentos como los actuales donde la inflación, el coste de la vida por las nubes, la política y la invasión militar de Rusia a Ucrania nos siguen sacando de quicio a todos. Por eso, su reacción en la gala de los Premios Oscar fue desproporcionada y no vino a cuento tras el chiste de Chris Rock sobre la calvicie de su mujer. El díscolo cómico traspasó casi todos los límites y se pasó cuatro pueblos, pero ello no quita para que una noche que concita la atención de millones de personas se viera enturbiada de esa manera. Otro ídolo que cae. Si se hubiese levantado de su asiento para hablar sobre el acoso a la imagen y el daño a su mujer, ahora tendría el respeto de todos.