l mundo está a merced del cálculo estratégico de un psicópata asesino, y el plan de Occidente pasa por mantenerlo ocupado en Ucrania, por empantanar la invasión, por transmutar la guerra relámpago en guerra de guerrillas, por montar otro Afganistán para evitar una guerra mundial, nuclear, definitiva. Por eso se está armando a Ucrania y se asfixia a Rusia, para alargar la campaña hasta que Putin ya no tenga dinero ni suministros, para hacer sufrir a la ciudadanía rusa y que sea esta la que se ocupe del problema.
Quiza ni siquiera quepa plantearse un dilema moral a la hora de armar a quien reclama ser armado, aunque sea para matar y morir como carne de cañón, porque se trata de un pueblo al que se está masacrando, de personas que luchan por su patria, pero sobre todo por sus casas, sus familias y sus vidas, que en el fondo viene a ser lo mismo.
Lo que no es entendible es la adrenalina que segregan algunos ante el olor de la sangre, el belicismo rampante que ha emergido en un par de semanas, el maniqueísmo, el innecesario uso de la propaganda para que nadie se salga de la linde marcada en una cuestión que no genera división en la sociedad en cuanto al fondo, si acaso en cuanto a las formas. Pero estamos en guerra, y es lo que hay.