principios de este mes, Albert Rivera, cuyo rastro algunos ya habíamos perdido desde que dejó la política, volvió a copar la atención de los medios de comunicación al ser despedido del bufete de abogados Martínez-Echevarría, que lo fichó cuando dio por terminada su carrera en Ciudadanos. El caso es que, tras dos años en el puesto, la empresa ha decidido prescindir del exdirigente naranja por "falta de implicación" y "nulo rendimiento", algo que me produce sentimientos encontrados. Por un lado, la noticia confirma lo que muchos ya sospechábamos, y es que algunos políticos viven en una burbuja en la que les vale con lanzar varias proclamas en el parlamento, echar unas partidas al Candy Crush mientras hablan sus compañeros y acudir a alguna entrevista en los medios para embolsarse una cantidad ingente de dinero, estilo de vida que no pueden mantener cuando se enfrentan al auténtico y cruel mercado laboral, como ha sido el caso de Rivera. Por otro lado, me apena pensar en todos esos trabajadores que lidian con la presión de empresas como dicho bufete, que viven a merced de los incentivos y que de un día a otro se pueden ver en la calle indefensos. ¿Habrían cambiado las opiniones de Rivera sobre el mundo laboral si hubiera vivido este episodio antes de ser político?
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