ste breve relato está basado en hechos verídicos o, al menos, se ajusta mucho a la realidad. Aconteció este pasado fin de semana en el corazón de Vitoria y a una hora respetable. Como de costumbre, el final del otoño gasteiztarra se presentó lluvioso, a intervalos, dispersando por momentos al gentío que convertía la calle Dato en un remedo lugareño de los parisinos Campos Elíseos, del cuadrilátero de la moda de Milán o de los londinenses Oxford Street o Covent Garden. Y, entre chaparrada y chaparrada, como la pequeña aldea de galos que protagoniza una conocida serie de novelas gráficas, un irreductible número de gasteiztarras aferrados a sus consumiciones y capeando el temporal y las bajas temperaturas, cada uno, a su manera, pero todos haciendo frente a las circunstancias con hercúlea determinación y fusionados con el mobiliario de las terrazas de los locales hosteleros. La escena fue para enmarcar. Una imagen para contextualizar el momento tan peculiar que nos ha tocado padecer covid-19 mediante. Algo así como una declaración de intenciones ante el coronavirus que todo lo puede. En fin, habrá que confiar en que tamaño ejercicio de supervivencia y rebeldía no acabe en una ola de pulmonías que dificulte aún más el estado de crisis sanitaria imperante desde el pasado mes de marzo.
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