rancia, la cuna del mayo del 68, de la libertad, la igualdad y la fraternidad, del republicanismo, de Simone de Beauvoir y Sartre, del top less, está inmersa en 2020 en un debate sobre si las adolescentes pueden llevar minifalda al colegio. En Francia ahora echan a las mujeres con escote de los museos, y han de ir con cuidado por la calle porque pueden acabar recibiendo un puñetazo, como le acaba de pasar en Estrasburgo a una chica de 22 años a manos de tres asnos que la asaltaron al grito de puta con falda. Hace cien años, cuando la gripe española, Coco Chanel rompió con los refajos, corsés y demás infraestructuras que oprimían a la mitad de la población tanto literal como figuradamente y montó una revolución textil. Llenó las tiendas de ropa femenina de pantalones, vestidos sin andamiajes, colores negros, sombreros que pesaban menos que sus portadoras, y todo cambió, al menos en materia de guardarropa, para siempre. Ahora, en mitad de otra pandemia, pareciera que estamos ante otro cambio de paradigma, pero esta vez para ir a peor. Es Francia, pero somos todos. Son las mujeres, pero es todo. La gente es cada vez más intolerante y carcamal, más retrógrada y amargada, ni vive ni deja vivir, ni escucha, ni observa ni aprende.
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