o lo puedo evitar. Cada vez que la consejera Nekane Murga sale ante la opinión pública para dibujar el trazo de la realidad del coronavirus en Euskadi, se me pone el cuerpo verbenero. Y no, no es por alegrarme del mal ajeno. La situación obedece a mi nuevo tratamiento para superar la ansiedad y que se basa en aquello de mejor reír para no llorar. La verdad es que la pandemia vuelve a dejar en cada registro oficial números de infectados que asustan y que cada día superan a sus precedentes. Parece que los rebrotes surgen por doquier, aunque aún no haya especial presión sobre un sistema sanitario que las ha pasado canutas con la primera oleada de enfermos de covid. Y, sin embargo, pese a las informaciones que invitan a la preocupación, para algunos la sensación imperante sigue siendo la de que aquí no pasa nada y prosiguen con su vida sin importarles un higo que su forma de ser y de hacer puede hacer mucho daño y provocar dolor, quizás no a ellos, pero sí a aquellos que forman parte de los estratos sociales más indefensos ante una enfermedad que se ceba y subsiste gracias al egoísmo y a la ausencia de varios dedos de frente. Espero no acertar en mis predicciones, pero que Dios nos pille confesados porque vuelven las curvas.