y, qué cruz. Cada día que pasa encuentro más razones para apoyar el uso de la fuerza (contenida, quizás circunscrita al bofetón con la mano abierta) ante determinados comportamientos humanos. La llegada del coronavirus y las crisis derivadas de él, primero la sanitaria, después la económica y, por último, la ética, han descubierto a individuos que es mejor darles de comer aparte y que, hasta la fecha, pasaban inadvertidos camuflados en la sociedad. Supongo que a estas alturas de la película, pocos dudarán de que buena parte de las infecciones y contagios de covid-19 que se están dando en las últimas semanas obedecen única y exclusivamente a la incapacidad empática de muchos, a los que no les entra en la mollera que su forma de ser totalmente egoísta puede matar, quizás no a ellos, pero sí a otros. Esta enfermedad se nutre y crece gracias a la indolencia social y a la falta de compromiso comunitario. Habrá que esperar a que las nuevas medidas impuestas en Euskadi, con la generalización del uso de la mascarilla, sean capaces de contener la pandemia, pero no la provocada por el coronavirus del demonio, que esa tendrá solución médica tarde o temprano, sino la inherente a la existencia de la humanidad, que es el verdadero peligro.