uelven el fútbol y el baloncesto. El primero sin público y el otro también con las gradas vacías y además constreñido en Valencia. Lo que sea por el negocio, denunciaban algunos aficionados cuando se dio el visto bueno oficial. Sin duda, en la trastienda de este regreso tan extraño figuran los sustanciosos contratos televisivos que los clubes han firmado con la televisión. El temor a una sensible rebaja en los ingresos es comprensible, pero sospecho que la decisión de ordenar la reanudación de las Ligas va más allá de lo meramente económico. Se trata de elevar la moral de la tropa, o sea nosotros, y adormilarnos de nuevo con pelotas rodando. Si hay fútbol ya sentiremos que la normalidad avanza, será entonces plausible la remisión del virus es real, que la sociedad -y por supuesto sus gobernantes- ha conseguido saldar con éxito la guerra más cruenta habida en lo que llevamos de siglo veintiuno. Felicidad generalizada y quizá cierta relajación en las críticas por la falta de previsión en el acopio de material para combatir el virus, las devastadoras cifras en las residencias y la creciente amenaza económica que se barrunta por parte de los expertos. Un sedante generalmente efectivo, el del deporte, aunque habrá que ver si nos acaban de convencer con este show televisivo de Ligas descafeinadas con campos vacíos.