En Cascais, al mediodía, Mikel Landa, la sonrisa enigmática de siempre, alumbraba a otros con el foco de la Vuelta. “Hay otros favoritos que están mejor”, dijo. Se apartaba el murgiarra de la nobleza con disimulo, como diciendo que con él no contaran para establecerse en el ático de la carrera. Fue la suya en la víspera una crono errática, pero nunca se sabe con Landa, que posee la notoriedad que otorga el carisma.
En Los siete magníficos, la estrella para la productora era Yul Brynner. Steve McQueen era un secundario que opacó a Brynner. Le devoró planos a través de la mímica, del movimiento del sombrero y otras artes. El público se fijaba en el magnetismo de McQueen. Brynner y McQueen acabaron muy mal.
El celo de las estrellas chocando en el planeta de los egos, Hollywood. Landa no se toma demasiado en serio. Tiene esa capacidad. Le quiere la cámara y él se aparta y entonces la afición le venera. Sin el peso del púrpura, camuflado en el ya se verá Landa partió feliz hacia Ourém, una ciudad más vieja que Portugal.
Allí se impuso la aceleración de Kaden Groves, el único velocista puro de la Vuelta, que sometió a Wout Van Aert en el esprint, que lanzó demasiado rápido, impaciente el belga.
Eso le condenó en gran medida. Kaden Groves le quitó el protagonismo a Van Aert, pero el belga, de verde, se vistió de rojo. Nuevo líder de la Vuelta por el premio de las bonificaciones. Fue el final veloz a una jornada lenta, con un tremendo retraso.
Arrastrando los pies la carrera, desganada, sesteando hasta que se despertó con la alerta del esprint. Se repitió la escena del esprint intermedio, donde Groves ensayó la victoria. Entre ambas escenas solo ocurrió la fuga.
Maté y Ruiz, en fuga
El entusiasmo impregnó a Luis Ángel Maté, el más veterano del pelotón, 40 años y 12 Vueltas en las alforjas, e Ibon Ruiz, debutante en la carrera, que pertenece a otra generación. El gasteiztarra recorría los caminos portugueses con la alegría de los descubrimientos.
Maté, del Euskaltel-Euskadi, y Ruiz, del Kern Pharma, equipos invitados, buscaban la cámara. Tener presencia. Dejar huella. Ese es el discurso de las formaciones humildes, que tienen que encontrar grietas para iluminarse en el ecosistema del WorldTour como luciérnagas en la noche.
Una de las más oscuras de Portugal remite a la figura de Joaquim Agostinho, el gran patriarca del ciclismo luso, que falleció el 10 de mayo de 1984 después de una concatenación de tragedias. Uno días antes, disputaba la contrarreloj de la Vuelta al Algarve.
El 30 de abril, el mal fario se entrometió en su vida. Chocó contra un perro suelto en mitad de la carretera. Agostinho cayó y sufrió un traumatismo craneoencefálico por el brutal impacto contra el suelo. Restaban apenas 300 metros para el final de la crono.
Con ayuda de unos compañeros, se puso en pie y acabó en primer lugar. El golpe había sido durísimo, pero no se actuó de inmediato (no había médico en carrera). Posteriormente se acumularon varias decisiones erróneas durante las siguientes horas, las más criticas, que impidieron salvar la vida del ciclista, fallecido el 10 de mayo tras una larga agonía. Un multitudinario funeral despidió a la gran figura del ciclismo portugués.
Retirada de Van Baarle
En honor a su memoria, la Vuelta transitó por Torres Vedras. Maté y Ruiz llevaron el estandarte del respeto y el recuerdo. El pelotón, sereno, sin filo, dio vía libre a la fuga porque no le molestaba. Después de 142 kilómetros, cuando restaba un cuarto de etapa, Maté y Ruiz tuvieron que plegarse a la lógica. Se dieron la mano. Tantos kilómetros juntos acercaron a las dos generaciones.
Comenzaba otra función, en la que no estaba Van Baarle, que tuvo que retirarse por culpa de una caída. Plegada la zona de repechos, el armazón del esprint comenzó a edificarse. Ordenados los equipos, en columnas.
Cada uno con su línea, como si estuvieran en una caja de plastidecor entre casa blancas. El rojo de Brandon McNulty, protegido por el musculado UAE. El norteamericano perdió el liderato en el esprint. El aperitivo de la tensión y los nervios condecoran los pleitos que se dirimen en la urgencia. En ese ecosistema Kaden Groves despertó a tiempo.