Unos paracaidistas con bengalas rojas saludaron a la Vuelta en Lisboa, que se subió a la rampa de despegue de la crono para romper la tarde, queda. Irrumpió en la melancolía un cohete llamado Brandon McNulty, que se posó sobre Oeiras tras un vuelo rasante en paralelo al mar. Levantó las olas. Imparable su fuerza. Un terremoto tierra adentro.

McNulty, campeón de Estados Unidos de la especialidad, ondeó su bandera para vestirse de rojo. El color del líder de la Vuelta tras una actuación descomunal.

Completó el trazado de apenas 12 kilómetros en 12:27, a 57,19 kilómetros por hora. Una barbaridad. Un trueno y un rayo. Demolió la marca de Vacek, que parecía inalcanzable. El checo que resistió a todos hasta que brotó un brutal McNulty, una estampida. Un jinete pálido. Una central de vatios.

El norteamericano también sometió a Van Aert, tercero, y Tarling, otro enorme especialista. Nada se le resiste al UAE, que contó su 65ª victoria del curso.

Une eslabones dorados sin desmayo. Levitan los corredores del equipo árabe. Da igual el escenario o la modalidad. Imparables en una campaña extraordinaria, exuberante. “Es muy bonito ser líder de la Vuelta. Voy a disfrutarlo”, dijo McNulty entre barras y estrellas. El norteamericano alcanzó la estratosfera. Una locura.

El ciclista estadounidense Brandon McNulty, primer líder. Efe

Soplaba el viento, que empujaba alborotado, a favor en una recorrido de apenas 12 kilómetros y un repecho por joroba. Luis Ángel Maté, el más veterano de la carrera, 40 años, enfundado en el buzo naranja del Euskaltel-Euskadi, inauguró la carrera sobre los recuerdos y las huellas de Fernando Pessoa, el gran poeta lisboeta. La poesía tiende a arrugarse ante las cifras, testarudas, implacables.

Calor y mucha velocidad

Las cronos no dejan mucho espacio a la imaginación ni a las emociones, que marchita los cálculos, la aerodinámica, los tejidos tecnológicos, las ruedas lenticulares, las bicis raras y los cascos extraños. No existen vasos comunicantes. Islas sin puentes.

Es una cuestión de Excel y de adelantar el futuro, como hiciera Julio Verne o Isaac Asimov. Una medición tras otra bajo una cúpula azul, el cielo abierto al sol de agosto, cerrado para las nubes para intentar de adivinar qué sucedería. 

El calor tamborileaba en cada rincón. El termómetro, por encima de los 30 grados, apretaba los gaznates. Fumigados los cuerpos con ventiladores y agua. Chalecos de hielo para el bienestar y reducir el calor.

El padecimiento de los ciclistas era solaz en la playa que miraba al recorrido. El fogonazo, el lanzallamas, era el arranque de la Vuelta. Se quemó Mikel Landa, refractario a las cronos.

Mikel Landa, durante la crono. Efe

El de Murgia completó el recorrido en 13:41. Un mal registro. Landa, amigo de las montañas, solo quería no salir demasiado dañado de una especialidad que le incomoda, que le disgusta. La idea era pasar el día rápido para ir situándose más adelante, en una primera semana que servirá para decantar favoritos. El reloj fijó las primeras distancias. 

Roglic marca el paso

Landa acumuló retraso en todas las direcciones, sobre todo en los que miran al trono de Madrid. Primoz Roglic, tres veces campeón de la Vuelta, fue el mejor entre los que se medirán por la gloria final, en ese de Madrid al cielo.

Primož Roglic, a su llegada a meta. Efe

El esloveno paró el crono en 12:52. 49 segundos mejor que Landa. Joao Almeida, que busca la corona y es un buen especialista, logró una renta de 46 segundos respecto al de Murgia, baqueteado en la crono.

Frente a ciclistas equiparables, que se manejan mejor en las cumbres que bajo el escrutinio del reloj, Landa concedió más de medio minuto sobre Adam Yates y Daniel Martínez y alrededor de 25 segundos respecto a Enric Mas o Richard Carapaz, mellizas sus cronos.

Carlos Rodríguez obtuvo una renta de veinte segundo con el alavés. Sepp Kuss, campeón en curso, también fue mejor que el de Murgia, aunque apenas por un chasquido. La detonación fue la de Brandon McNulty, el hombre bala de Lisboa. Primer líder da la Vuelta. McNulty luce el mejor reloj.