Antes era si el suflé independendista catalán subía o bajaba. Ahora la cuestión se expresa en términos más crudos: ¿ha muerto el procés?
Si atienden a los titulares del primer minuto tras la victoria del PSC en las elecciones del 12-M, se diría que los forenses del gremio plumífero han firmado en masa el certificado de defunción de la cosa y, un paso más adelante, como hizo El País, su entierro.
Incluso, dentro de mi propia casa, algunos de los analistas con más horas echadas a la política catalana también lo dan por finiquitado y anuncian ya una nueva era. Quizá sea por mi proverbial querencia a ir a la contra, pero yo no me daría tanta prisa en lanzar los responsos ni las hurras celebratorias al vuelo.
Recuérdese, sin ir demasiado lejos en el tiempo, que tras la ruptura del gobierno de coalición ERC-Junts, también se escucharon las mismas sentencias inapelables. Hasta Jordi Turull y Oriol Junqueras reconocieron, con palabras diferentes, que se había acabado el procés tal y como lo conocíamos.
Cuestión de años
¿Puede morir algo que ya se ha dado por muerto varias veces? Si es para los discursos y los titulares, por supuesto, como han demostrado el líder del PP y su candidato en Catalunya, proclamando con un par de horas de diferencia el uno que no y el otro que sí.
Pero si se trata de buscar una reflexión media gota más profunda, procedería guiarse por la cautela y por una mirada que vaya más allá de lo que ocurrió el domingo o de lo que viene sucediendo desde que Pedro Sánchez llegó a La Moncloa.
Indudablemente, estamos lejos de la efervescencia soberanista de 2017. Más por errores propios que aciertos ajenos, ha cundido el desencanto entre buena parte de quienes se entregaron con inusitado entusiasmo a una causa que todavía no estaba lo suficientemente madura. En aquellos días convulsos, me llevé mil palos del procesismo de salón por predicar una obviedad: la independencia no se conquista de un día para otro. Menos, frente a un Estado que no va a dudar en usar la fuerza y una comunidad internacional que no sabe de lo que va la vaina.
Hablamos de algo que llevará muchos años. Y culminará con éxito a fuerza de constancia y sensatez. El procés no ha muerto.