Después de las pancartas y los eslóganes, la cruda realidad de la violencia machista no se detiene. A primera hora de ayer, supimos que en el barrio madrileño de Carabanchel un hombre de 26 años había asesinado a su expareja, de 25, y a su hija, que apenas tenía 5.

Si el mero enunciado es desgarrador, los datos del contexto claman al cielo, al tiempo que nos muestran, si es que hay alguien que quiera verlo, que algunas de estas tragedias podrían haberse evitado con unos gramos de diligencia... y, probablemente, empatía.

Poco después del doble crimen, supimos que la mujer asesinada había tenido protección, pero se la retiraron cuando ella misma se desdijo de sendas denuncias por malos tratos que había puesto. En diciembre del año pasado, un juez absolvió al hoy presunto asesino porque “sin testigos no hay certezas de la agresión”.

Nadie niega que la afirmación es conforme a derecho, pero quizá se podía haber encontrado alguna vía para proteger a la mujer y a la niña.

Lo más grave no es la pistola robada

Y también, seguramente, se ajustarán a la legislación los motivos por los que ha vuelto a quedar en libertad el joven de Barakaldo imputado por haber robado una pistola a un ertzaina. Los despachos de agencia apuntan que la fiscalía no pidió prisión preventiva y se conformó con solicitar que, a la espera de juicio, el individuo comparezca quincenalmente en el juzgado.

Con ser grave, la cuestión realmente sangrante no es la pistola robada y que todavía sigue en paradero desconocido. Lo que mueve a la absoluta incomprensión es que el presunto ladrón del arma–un tipo que solo cuenta con 19 años, por cierto– tiene antecedentes por violencia machista, por lo que, desde que se conocieron los hechos, el Departamento de Seguridad del Gobierno vasco se tuvo que apresurar a reforzar la protección de su expareja. Una vez más, y ya son incontables, se carga a la víctima el peso de la injusticia que sufrió.

Se me dirá –y de hecho, ya lo he anotado yo más arriba– es que eso es lo que dispone la legislación vigente. Y entonces es cuando al común de los mortales se le cae el alma a los pies y estalla de santa indignación.