No son pocas las cosas que nos cuenta el episodio vergonzoso de dos políticos madrileños muy bien pagados rascando para sus hogares el bono de calefacción destinado a familias vulnerables. Lo primero, quizá, que tanto el número dos de la emperatriz Ayuso como la líder del principal partido de la oposición en la comunidad son unos cutres. Por ahorrarse treinta céntimos diarios, se han expuesto al impresionante bochorno de que los pillasen, que es lo que efectivamente ha ocurrido. Luego está lo de la descomunal doble vara de medir. Resulta que el tal Enrique Ossorio, como es del PP, es un chupasangres de pobres y tiene que dimitir. Sin embargo, Mónica García, que es megaprogresista, lo hizo sin querer. O peor: al más puro estilo infanta Cristina, la culpa fue de su marido. A ella no le constaba. Se unen al papelón las respectivas parroquias de ambos miserables, defendiendo un comportamiento que no tiene un pase.

Con todo, lo que verdaderamente debemos aprender –¡y corregir de una pajolera vez!– es que muy buena parte de las medidas presuntamente destinadas a aliviar a las personas de bolsillo más humilde acaban siendo un chollete para quienes tienen unas finanzas desahogadas. Lo acabamos de ver con la delirante subvención de 20 céntimos por litro de combustible igual a quien maneja un Twingo de quinta mano que a quien lleva en Audi Q8. O, ahora mismo, con idéntica supresión del IVA al queso de lonchas que al Gorgonzola más caro de la tienda gourmet. De las medicinas y el bono de transporte gratis total para directivos de banca jubilados con pensiones multimillonarias, mejor ni hablamos.