La vida sería maravillosa si todas las polémicas fueran como esta de la que vengo a hablarles. ¿Se pueden creer que la crema y la nata de la intelectualidad, amén de un sinfín de juntaletras o simples aficionados a la gresca por lo que sea andan mentándose la madre a cuenta de si el adverbio solo debe o no debe llevar tilde? Es lo del sincebollismo y el concebollismo de las tortillas de patata llevado a la gramática. En realidad, la reyerta viene de 2010, que fue cuando la Academia de la Lengua Española decretó la obligatoriedad de prescindir del signo gráfico sobre la primera o de la palabra. Ardió Troya y surgió hasta una especie de selecta guerrilla de firmas que se negaron a acatar la norma, con Arturo Pérez-Reverte a la cabeza, y Mario Vargas Llosa o el difunto Javier Marías formando el núcleo duro.
La tontuna cuestión ha vuelto a la actualidad después de que se publicara que la Academia iba a dar marcha atrás para promover el libre albedrío en el uso de la dichosa tilde. Los insurgentes contildistas corrieron a celebrar lo que estimaban como triunfo de su resistencia. Pronto llegó Paco con la rebaja. La rancia institución desmintió lo publicado y lo dejó en simple recordatorio de la norma vigente. El arriba mentado Reverte, que, como saben, es académico, salió a Twitter con la espada fuera de la vaina. “El pleno del próximo jueves será tormentoso”, amenazó, mientras sus partidarios le jaleaban “¡Arturo, dales caña!”. Este humilde tecleador, que como tantas veces, se sitúa en la equidistancia, hace acopio de palomitas esperando el espectáculo. Y vuelvo al principio: ojalá todas las broncas fueran como esta.