Se le veía muy feliz a Borja Sémper fuera de la primera línea política. Como lobbista se vive de lujo. Y para quitarse el comecome de opinar, tenía Twitter y la intervención semanal en el programa de Alsina compitiendo con Eduardo Madina por ver quién miccionaba la colonia más buenrollista. Pero en esas llegó Feijóo en plan Don Corleone con una oferta que el de Irun no podría rechazar. No por pasta, insisto; que estoy seguro de que la remuneración como portavoz de campaña del PP será notablemente menor que el estipendio por presionar aquí y allá. Más bien, por esa gotita larga de ego que adorna a nuestro hombre, añadida a sus difícilmente saciables ganas de mambo público y, por qué vamos a negarlo, unas convicciones ideológicas de firmeza mayor a la media en su gremio. Borja (perdonen la confianza de mentarlo por su nombre de pila) es un tipo que se lo cree. O, por lo menos, que trata de creérselo.

Otra cuestión es que lo tenga en sánscrito para que, a nuestra vez, nosotros le creamos. Lo vimos ayer mismo en su sorpresivo estreno, cuando sudó tinta china para defender el tuit indefendible de Cuca Gamarra sobre el intento de golpe de estado en Brasil. O cuando quiso salirse por la tangente imposible de los pactos con Vox tras las elecciones de mayo con la tontuna de que su partido aspira a no necesitar a nadie para gobernar, como si no lo hiciera ya en un porrón de plazas importantes, empezando por Castilla y León. Con todo, como periodista y opinatero, celebro tenerlo de vuelta. Nos va a dar unas cuantas buenas tardes viéndole hacer equilibrios en el alambre. Auguro más de una caída.