Acto contenido
– Días de mucho, vísperas de nada. Mañana, que es el auténtico aniversario redondo de la vil ejecución sumarísima de Miguel Ángel Blanco a manos de ETA, empezará a bajar la riada. Hoy ya, de hecho, las sentidas y, en no pocos casos, sobreactuadas declaraciones que se escucharon el domingo en Ermua se han escapado entre los agujeros de nuestra formidable capacidad de olvido. Casi literalmente pasó el día y, por lo tanto, la romería. Ley de vida, o de muerte, en este caso, al tiempo que la triste demostración de las mentiras con que nos gusta alimentarnos. Personalmente, doy por bueno que el gran acto discurriera sin mayores sobresaltos ni exabruptos. Por algún motivo, se había instalado la expectativa de un evento bronco donde la tensión se podría cortar con un cuchillo e, incluso, se ajustarían cuentas. Pero no fue así. Imperó la contención y, si solo nos fijamos en algunas fotos, hasta las buenas formas entre personas que no se profesan una buena opinión recíproca.
El “Espíritu”
– Celebro que la sangre quedara tan lejos del río. Quizá es a todo lo que podamos aspirar un cuarto de siglo después de la atrocidad. Era demasiado pretender que la efeméride diera lugar a una seria reflexión sobre lo mal que estuvo matar y amparar a los que mataban. Y tampoco cabía esperar que, pasado el tiempo, se produjera otro reconocimiento incómodo: hubo personas, partidos e instituciones que no dudaron en aprovechar políticamente el asesinato del joven concejal de Ermua. Por espeluznante que parezca, ese espíritu tan reivindicado estas jornadas fue en realidad un movimiento de acoso y derribo de cualquiera que no manifestara su adhesión sin fisuras a la unidad indisoluble de la nación española. No iba contra el terrorismo. Iba contra quien se atreviera a proclamar sus ideas abertzales. Y, como también anoté en estas líneas, resultó un invento muy lucrativo para no pocos profesionales de la dignidad.
No fue así
– Algo de eso se ha querido revivir con el aniversario. Y, del mismo modo, se ha pretendido (y me temo que se ha logrado en parte) espolvorear la falsedad de que el asesinato de Blanco marcó el comienzo de la reacción ciudadana contra ETA. No se puede negar que la conmoción de aquellos días sacó a mucha gente a la calle por primera vez. Pero, pasado un tiempo, quienes siguieron en la denuncia de los actos terribles de la banda fueron poco más o menos los mismos que ya venían haciéndolo desde antes. Y ya para esas fechas era considerable el número de ciudadanos vascos que manifestaban su condena rotunda. Conviene no olvidarlo. l