ace un par de semanas, Ada Colau se tuvo que montar un autofestival de coros y danzas para que las bases de su movimiento político le dieran permiso para optar a un tercer mandato al frente de la alcaldía de Barcelona. Por supuestísimo, el 99,99 por ciento de los llamados a consultas dieron su visto bueno a pasarse por entre las ingles uno de los principios supuestamente irrenunciables consignados en los estatutos de la plataforma: la limitación de mandatos a dos legislaturas. Lo peor, como suele ocurrir en estos digodiegos esperpénticos, fue tener que argumentarlo como una excepción justificadísima. Eso, sin ser capaces de dar una puñetera razón.

El pecado original de Colau y de otros chopecientos referentes de la zurda molona es haberse subido a la parra con la pureza ética de plexiglás. Les ocurrió también con lo del supuesto tope de la remuneración. Poco o nada tardaron en pillar en bruto igual que los del resto de partidos. A nadie le gusta pasar por el más tonto de entre los representantes institucionales: hoy es el día en que el casto Echenique ingresa lo mismo, si no más, que Cuca Gamarra o Inés Arrimadas. La tontuna respecto al máximo de mandatos es que es un tabú sin el menor sentido. Les admito que eternizarse en un cargo (el muy rojo Sánchez Gordillo lleva 43 años como alcalde de Marinaleda) puede llegar a oler a chotuno. Pero, como administrado, también les digo que si resulta que encuentro una autoridad competente que lo es en toda la extensión de la palabra, no tengo el menor inconveniente en respaldar su gestión con mi humilde voto durante el tiempo que estime necesario. l