- Sobre esto de lo que vengo a hablarles hay varias teorías. No falta quien sostiene que es mejor callar para no dar tres cuartos al pregonero ni gusto a quien busca su relieve a base de juego subterráneo. Entiendo el argumento, pero soy incapaz de echar tierra ante un tipo que, presentándose como periodista y admitido como tal en la sala de prensa del Congreso de los Diputados, llama “hija de puta” a una parlamentaria electa. El infecto individuo (tampoco me voy a andar con melindres en los calificativos) al que me refiero atiende por Javier Negre y la destinataria del insulto fue la representante de EH Bildu Mertxe Aizpurua, cuyo mérito para ser vilipendiada consistió en negarse a contestar a las provocaciones verbales disfrazadas de pregunta del fulano. Y no solo el martes. Esto viene de largo. De muy largo, de hecho, y está profusamente denunciado por varios grupos políticos.
- Aquí conviene aclarar a los pequeñines dos cosas muy pero que muy básicas. Primero, que llevamos las suficientes ligas jugadas como para distinguir a un plumilla incisivo, incluso tocapelotas, de un ventajista faltón que busca la gresca por la gresca porque vive de eso. Segundo, que el hecho de que la víctima de la afrenta pertenezca a una formación considerada oficialmente antipática ni justifica ni es atenuante para el comportamiento indigno del gañán. Lo anoto para los del socorrido “pero es que...”, que también pretendían minimizar el episodio aludiendo a la condición de periodista de Aizpurua y a las ocasiones en que supuestamente ella habría actuado igual o peor que su ofensor; sin documentar ninguna, por descontado.
- Así que, recapitulando, llegamos a un principio tan simple que da vergüenza enunciarlo: Llamar “hija de puta” a una diputada (en realidad, a cualquier persona) no tiene nada que ver ni con la libertad de expresión ni con la de información. Es un insulto mondo y lirondo que, en el caso que nos ocupa, debería tener como consecuencia mínima que al provocador se le retirase el acceso a las dependencias de prensa de las Cortes. De sobra sé que no será así porque hay quien prefiere no alborotar más el gallinero. Tampoco me extrañaría, por lo demás, que si Negre llega a ser sancionado, no faltaran tribuletes que, por propia iniciativa o porque más cornadas da el paro, se pusieran en plan heroico a denunciar mordazas y censuras terroríficas. Son los que creen a pies juntillas que llamar a alguien “hijo de puta” sí es un derecho inalienable. Siempre y cuando ese alguien no sea de su cuerda, claro. l