- No soy de eufemismos, puedo jurárselo. Pero se me llevan los demonios cuando veo naturalizar el término aborto, que es como una patada en la boca del estómago de cualquiera con una mínima sensibilidad moral. Se buscan todo tipo de sucedáneos lingüísticos y gramaticales para nombrar cualquier realidad incómoda, pero en la cuestión que nos ocupa seguimos tirando de la palabra casi literalmente sangrante. Y, si somos los más progres del lugar o aspiramos a que no nos llamen fachas, hasta proclamamos que es un derecho y que estamos a favor. Pero como servidor está curado de ese sarampión, dejo por escrito aquí y ahora que no trago. Considero un derecho inalienable, efectivamente, la interrupción voluntaria del embarazo (que es la expresión que utilizaría yo), pero no porque sí, a las bravas, ni como consignilla que convierte en ser despreciable a quien no la comparta. Simplemente, porque hay circunstancias vitales en las que no queda otro remedio.
- Eso lo recogía la ley de 2010, gobernando Zapatero. Seguro que era mejorable, pero fue capaz de concitar un gran consenso, no tanto en el politiquerío, quizá, como en la ciudadanía. Aunque no todo el mundo estuviera de acuerdo con ella, aunque hubiera quien veía desbordados sus principios y sus valores, la norma hacía frente a una realidad insoslayable: había mujeres que no estaban en condiciones de llevar a término su embarazo. La ley les ayudaba a interrumpirlo en un plazo y unas circunstancias asumibles para ellas, bien en la sanidad pública, bien en la privada, pero siempre con financiación pública. Eso lo enmendó el PP, primero con un recurso al TC, y luego con una reformilla absolutamente innecesaria que, a la larga, preparó el terreno para lo que hoy se va a aprobar en el Consejo de ministros.
- Lo tremendo, de entrada, es que la pomposa nueva ley no atiende a las mejoras de las condiciones para la interrupción del embarazo. El fin real es la necesidad de cuota de pantalla de una ministra, Irene Montero, que lleva palmando todas sus batallas, tanto contra con sus socios del PSOE como contra su íntima enemiga, Yolanda Diaz, llamada a un liderazgo de la izquierda donde ella tiene un papel residual. Por si faltara algo, una ley que tiene que ser para lo que es se lía la manta a la cabeza incluyendo las bajas por reglas dolorosas; todo lo justas que se quiera, pero que deberían cursarse de otro modo. Puestos a mezclar churras con merinas, habría cabido reducir el IVA a los productos de higiene femenina. Pero ni eso. l