Sobreactuación - Tiene algo de tragicómico el espectáculo de portavoces políticos (no digamos ya de opinadores progresís) pidiendo las sales porque Vox ha conseguido la vicepresidencia de Castilla y León y tres consejerías en el gobierno de Fernández Mañueco, amén de la presidencia del parlamento. Evidentemente, es una noticia que remueve el estómago, pero la sobreactuación en el rasgado de vestiduras está de más. Primero, porque como ya he anotado en otros sitios, en realidad, la novedad no es tan grande. Vox ya gobernó en Castilla y León en los tiempos en que sus huestes estaban incluidas en el Partido Popular, que lleva desde 1987 -¡35 añazos!- a los mandos del territorio. Por lo demás, y como le recuerdo al señorito de la columna de al lado, los abascálidos sustentan, aunque sea desde fuera, los ejecutivos de Madrid, Andalucía y Murcia. O sea, que menos hacerse de nuevas o tirarse de los pelos hablando de días tristísimos para la democracia porque las hemorroides no son realmente de estreno.
Realidades incómodas - Con todo, el festival de llantos y condenas sí nos muestra (otro asunto es que sea cómodo asumirlo) que, además de muchas cosas muy feas, Vox resulta un pimpampum extremadamente fácil. Quiero decir que está chupado despotricar sobre sus acciones e incluso sobre sus omisiones o promover y realizar cordones sanitarios seguramente merecidos. Lo que ocurre es que estos comportamientos postureros pasan por alto algunas realidades que quizá merecerían un análisis un poco más profundo, aunque duela. Me refiero, por ejemplo, al hecho de que según un número creciente de encuestas, podemos estar hablando de la segunda formación política del estado español. En el mejor de los casos, de la tercera. Hay unos cuantos millones de personas dispuestas a echar en una urna la papeleta de una formación con una ideología que nos ponen temblonas las rodillas. ¿Por qué?
Atención desmedida - Lo sencillo y al tiempo absolutamente contraproducente es reducirlo al exabrupto: es que cada vez hay más fascistas, racistas, machistas y homófobos. Hace falta un análisis más profundo y, desde luego, valiente. Por lo demás, no hay que olvidar que Vox vivió sus primeros años como fuerza absolutamente extravangante y residual. No se comió un colín hasta que recibió una atención mediática desmedida que no era nada inocente. Y no fue desde las terminales de la derecha, sino desde la acera de enfrente en una descarada operación que buscaba dividir al PP sin pensar en el tamaño que podría alcanzar el monstruo que se estaba creando.