- Este es el minuto en que sigo sin saber qué es la “diplomacia de precisión” que, según la ministra Irene Montero, es la única forma eficaz para “estar al lado del pueblo ucraniano” (cita literal). Como soy un ingenuo incurable, aunque las palabras de la titular española de Igualdad me sonaron a memez marca de la casa, no quise pasar por gañán. Había una posibilidad de que tal concepto existiera realmente. Quizá lo habría descrito algún teórico de las Relaciones Internacionales del recopón de la baraja. Tal vez su definición se recogería en un sesudo manual sobre negociación avanzada. O, qué sé yo, la expresión la habría ideado algún as de la resolución de conflictos. Pero no. Allá donde busqué documentación, allá donde acudí a preguntar -incluso en Twitter, repositorio de la sabiduría planetaria-, nadie supo darme razón de la tal “diplomacia de precisión” que acabaría, cual infalible bálsamo de Fierabrás, con el derramamiento de sangre en Ucrania. Vamos, que todo era, de nuevo, un invento a bote pronto de la gran estadista.

- Una fantasía animada, por lo demás, que resulta de pésimo gusto, cuando estamos comprobando que la diplomacia sin más, la de toda la vida, la que no necesita apellidos paridos por una sabionda de aluvión, está sirviendo de bastante poco. Y conste que lo escribo desde el resignado convencimiento de que, a pesar de todos los pesares, no hay que desdeñar la vía de la negociación. Pero los hechos son dolorosamente tozudos. Hasta ahora negociar con un tramposo sin escrúpulos solo ha servido para que los rusos practicaran el tiro al blanco sin obstáculo sobre los engañados ciudadanos que creyeron poder escapar del castigo a través de pasillos humanitarios que, en realidad, solo eran mataderos de ventaja. Hemos visto decenas de tremebundas imágenes que atestiguan lo que a estas alturas no merece otro nombre que masacre.

- De eso estamos hablando. De un criminal que no se cansa de proclamar que conseguirá el sometimiento total de Ucrania sin que le importe cuántas vidas y cuánta destrucción deje en el camino. Por eso, que una ministra se adorne con esta soplagaitez o que otra, Ione Belarra, califique a su socio de gobierno como “partido de la guerra” no es otro de los desencuentros habituales en un gabinete de coalición. Aparte de muestras siderales de falta de empatía hacia quienes están siendo aniquilados, son la certificación de una brecha insalvable. O debería serlo si unos y otros no vieran como un juego incluso una invasión criminal.