- Los perdedores de la Guerra Civil española siempre lamentaron y denunciaron la soledad a la que les habían condenado las democracias occidentales, empezando por las europeas. Nadie en la izquierda dudaba de que si Francia y Gran Bretaña no hubieran mirado vergonzosamente hacia otro lado, Franco no habría resultado vencedor de la contienda. Por eso resulta entre desconcertante y vomitivo que formaciones que se tienen por herederas en régimen de monopolio de los derrotados sean las que ahora propugnan que no hay que mover un dedo para ayudar al pueblo ucraniano -ojo, que no digo ni siquiera a su gobierno- a hacer frente a la despiadada y ventajista acometida del monstruo ruso. Como dejó dicho ayer en el Congreso el portavoz del PNV, Aitor Esteban, “solo con vendas, hospitales de campaña y chalecos antibalas no se repele esta agresión”. Añado de mi cosecha que mucho menos con palabrería hueca o estupideces indescriptibles como la que sostuvo también en las Cortes un tipejo de Podemos que atiende por Gerardo Pisarello: “A Putin se le combate con feminismo y ecologismo”.
- Por fortuna, ante este tonto con balcones a la calle, el pisaverde Echenique o, con más delito por sus cargos, las ministras Ione Belarra e Irene Montero, también hay en la izquierda personas que están a la altura de la gravedad de un momento que, sin exageraciones, es literalmente histórico. Empiezo por citar a la vicepresidenta Yolanda Díaz, que se ha sacudido los miedos casposos al qué dirán y ha dejado claro que apoya la (tardía) decisión de Pedro Sánchez de contribuir, según la propia expresión del presidente, con “material militar ofensivo a la resistencia ucraniana”. “Hay millones de vidas en peligro”, ha dejado por escrito Díaz, sabiendo que al hacerlo pondría de uñas a la parte más cavernaria de su formación.
- También Gabriel Rufián aboga ahora por “el legítimo derecho a la autodefensa reconocido por la ONU”. Aún reivindicándose pacifista, sostuvo en el hemiciclo que en momentos como el actual “hay que ir más allá de la pancarta”. Y Joan Baldoví, que no es sospechoso de fascista desorejado, incidió en la misma idea con idéntica argumentación. A él le repugna la guerra, pero en esta situación cree necesario apoyar a Ucrania con “un arma para defenderse como hubiera ayudado a la república en el año 36, y no una neutralidad estéril que la condenó a una derrota e instauró una dictadura de 40 años”. Fuimos Ucrania y, por desgracia, podemos volver a serlo en el futuro.