omo tenemos puestos los ojos en la guerra desgraciadamente real de Ucrania y, ya en tercera fila, en la metafórica del PP, nos estamos perdiendo el gran cirio de UPN. Y, en expresión que nos encanta a los opinateros, no crean que se trata de una cuestión baladí. Estamos hablando de la implosión a ojos vista de la formación que ha sustentado el régimen navarro hasta hace bien poco. De hecho, y aunque lleve dos legislaturas en la oposición gracias a los pactos de progreso, si nos atenemos a los números, sigue siendo el partido con más votos y más escaños de la comunidad foral.

Es verdad que en sus 43 años de vida, buena parte de ellos albergando al PP a modo de vientre de alquiler, no han faltado las reyertas internas e, incluso, las escisiones, como la que dio lugar al efímero CDN de Juan Cruz Alli. Pero no hay precedentes de una gresca como la actual, que ha derivado en la expulsión sumarísima de sus dos representantes en el Congreso por haberse pasado por el arco del triunfo la orden de votar a favor de la reforma laboral de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz. Consumada la patada en el culo, y tras dejar claro que no devolverán los escaños ni de coña, Sergio Sayas y Carlos García Adanero han puesto a Javier Esparza a caer de cien burros y anuncian que no se quedarán de brazos cruzados. Puede, efectivamente, que el aparato dé la impresión de ser fuerte, pero es un secreto a voces que a la militancia de a pie de los regionalistas no les ha gustado un pelo que sus dirigentes intercambiaran gomas y lavajes con el mismo Sánchez al que acusan de pactar con separatistas y bilduetarras. Habrá más capítulos, ya lo verán.