- Vaya, qué contrariedad. Con lo alto y claro que habíamos gritado “¡No a la guerra!”, cerrando los ojos y deseándolo muy fuerte, resulta que al final tenemos un conflicto armado del recopón a seis horas de avión. En el continente llamado Europa, si no me fallan mis manifiestamente mejorables conocimientos de geografía. Y no lo han iniciado los malvados yanquis ni ninguno de sus sumisos satélites. Qué va, esta vez ha sido el neozarismo rampante encarnado en un ser abominable que atiende por Vladimir Putin. Un sátrapa sin escrúpulos de manual, al que curiosamente le bailan el agua los que no se cansan de cantarnos las mañanas (y los mediodías, las tardes, las noches y las madrugadas) con la defensa de los Derechos Humanos. Cómo decirles, cómo contarles, a esos idiotas que comen y defecan consignillas de todo a cien que esta vez el imperialista, el agresor, el que está aplastando a la población civil, es el siniestro personaje ante cuyas villanías callan.
- Con todo, peor que ese silencio es la persistencia en la negación de realidad. Pese a la evidencia criminal de los bombardeos sobre Ucrania (¡no solo en los puntos fronterizos en disputa!) y de los tanques avanzando hacia Kiev, los happymaryflowers siguen con la matraca. Venga y dale con “¡No a la guerra!”, cuando ya llevamos más de 24 horas de guerra monda y lironda y este es el minuto en que los malos malísimos contra los que vociferan no han disparado un puñetero tiro. De hecho, ni siquiera está claro que vayan a acabar haciéndolo, porque una cosa es mover unas tropas a una distancia prudencial de la zona caliente y otra, meterse de hoz y coz en una trampa para elefantes como aquella, donde las posibilidades de éxito son más bien escasas.
- ¿Y entonces? Pues francamente, no lo sé. O, mejor dicho, me lo temo. Putin se saldrá con la suya sin importarle los muertos que deje por el camino. La cacareada comunidad internacional, empezando por la Unión Europea a la que pertenecemos, se conformará con algún escarceo y con una retahíla de amenazas, sabiendo que su cumplimiento hará más daño aquí que allí. Porque esa es otra. Quizá no derramemos sangre en el campo de batalla, pero, por mucho que nos separen 4.000 kilómetros, vamos a pagar muy caras -literalmente caras- las consecuencias del conflicto. Como siempre, la factura será más alta para los menos favorecidos. Pero a los haraganes que en lugar de pensar tiran de lema pancartero seguirá dándoles igual. Seguirán voceando “¡No a la guerra!” hacia el lado equivocado.