- Según los datos que he visto en varios medios, la manifestación antivacunas del pasado sábado en Bilbao tuvo una participación bastante mayor que la del día siguiente, también en la capital vizcaína, en contra del desmantelamiento del sistema público de Salud. Entre la explicación y el consuelo, podemos argumentar que la movilización negacionista era una convocatoria única que atrajo a personas de diferentes lugares, mientras que la que defendía a los profesionales sanitarios tuvo réplicas en varias capitales. Con todo, da para pensar. O, en mi caso, para no saber qué pensar. No hay que esforzarse mucho para recordar que los primeros saraos de los visionarios conspiranoicos congregaban a un puñado de frikis. El otro día desfilaron por la villa de Don Diego alrededor de 15.000 personas, por descontado, incumpliendo las normas sanitarias más básicas, porque lo suyo no va de libertad de elección sobre la vacuna sino de derecho a contagiar.

- Señalaba con toda la razón del mundo Pello Salaburu la escalofriante paradoja de que un movimiento que promueve la cultura de la muerte se haga llamar Bizi-tza. Símbolo, venía a decir el lingüista, de la sociedad de ricos caprichosos en que vivimos. El fino observador de la actualidad Alberto Moyano anotaba otra descomunal incoherencia rozando lo esperpéntico: a la procesión que denunciaba el totalitarismo de las autoridades vascas le iban abriendo paso dos furgonetas de la Ertzaintza. Si verdaderamente estuviéramos en la tremenda dictadura que rezongan los lunáticos del planeta Raticulín, los habrían disuelto, como poco, a porrazo limpio. Sin embargo, tuvieron barra libre y protección policial para soltar sus estratosféricos desvaríos. “Inoculación es suicidio voluntario. Lo vas a permitir con tus hijos”, rezaba un cartelón. “Stop Pasaporte vacuNAZI”, vomitaba otro adornado con cruces gamadas. “Vacuna, veneno consentido”, aullaba uno más, al lado de una foto del lehendakari Iñigo Urkullu con el flequillo y el bigote de mosca de Hitler.

- Ese es el nivel. Ni media refutación racional. El movimiento es una parodia de sí mismo. Y podríamos cerrar los ojos si no fuera por lo que sostienen las cifras contantes y sonantes. Cuatro de cada cinco ingresados en las UCI son tipos que voluntariamente no quisieron vacunarse. Además de tener que apoquinar con el gasto sanitario que supone su chulesca insolidaridad, soportamos que difundan el virus a discreción. Son culpables de muchas muertes. Sinceramente, creo que ha llegado el momento de pararles los pies.