- Al conocer anteayer la noticia de la muerte de José María Aldaya, mi primer recuerdo fue el de aquel ripio miserable que los más jatorras del terruño coreaban durante los 341 días —¡un año menos 24 días, qué barbaridad!— en que ETA mantuvo secuestrado al empresario gipuzkoano en un agujero infecto. “¡Aldaya, paga y calla!”, aullaban con los ojos fuera de las órbitas cuando acudían a reventar las diarias concentraciones silenciosas de valientes ciudadanos de a pie en las que se exigía a la banda la liberación del propietario de Alditrans. Quizá se haya perdido la memoria (qué palabra tan sobeteada, ¿eh?) de ello, pero en aquellos años se pusieron de moda las contramanifestaciones. Decenas de tipos y tipas sin entrañas de cualquier edad y condición social, desde jovenzuelos de cuatro pendientes en el lóbulo a respetables amamas con sus pieles, pasando por directores de sucursales bancarias, se plantaban frente a los que protestaban pacíficamente o directamente la emprendían a hostia limpia. “¡A los del lazo, paraguazo!”, era otro de las infames consignillas.

- No me cuesta imaginar el sulfuro que en este punto de mi texto estarán destilando los contumaces partidarios de pasar página de esas bagatelas. Mi única pena es que me haya quedado prácticamente solo en el melancólico esfuerzo de recordar cómo fueron las cosas apenas anteayer. Incluso algunos de los que en ese tiempo estuvieron en la pancarta del bien se han pasado al bando de los silentes, o sea, de los acomodaticios conniventes que nos piden, exactamente igual que sus primos franquistas del otro lado de la línea imaginaria, que no contribuyamos a reabrir las heridas y que tiremos millas en nombre de lo que tienen los santos colgajos de nombrar como “la paz”. Su paz, no ya la de la impunidad selectiva para los causantes de tanto dolor, sino la de su glorificación impúdica.

- Sí, glorificación impúdica que lleva a despedir como un gudari al asesino de 22 personas José Antonio Troitiño, a montarle un festejo en nochevieja a Henri Parot (con más de treinta muertos a sus espaldas), a colocar en un puesto clave de Sortu (o sea, de EH Bildu) al jefe de ETA David Pla o a jalear en público a Mikel Antza Y aquí volvemos al origen de estas líneas, porque fue ese fulano, en su sanguinaria etapa al frente de la banda, el que ordenó y prolongó durante un año el secuestro (“detención”, decía ayer cierto periódico) de José María Aldaya. Los que lo torturaron en nombre de “la socialización del sufrimiento” nos dan ahora lecciones de Derechos Humanos. Que se vayan a esparragar.