- No recuerdo en qué españolada con caspa, Gracita Morales, en su sempiterno papel de criada, se refería así a su señorita: "¡Tanto Luchi, tanto Luchi, y se llamaba Luciana!". Viene a ser lo que nos ha pasado con el sainete (todavía inacabado) de la presunta derogación de la reforma laboral de 2012, o sea, la de Rajoy. Después de la tremenda zapatiesta en el seno del Gobierno español de coalición a cuenta de si se trataba de modernizarla y desprenderla de sus partes más ásperas o de tumbarla del todo y hacer una nueva, ha sido la propia vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo la que ha cantado la gallina. Ni 24 horas después de poner la palabra de marras en el papelito que certificaba la tregua, Yolanda Díaz confesó que técnicamente la derogación no es factible porque se trata de una normativa muy amplia que no se puede sustituir de un día para otro. Una explicación de cajón, pero a cualquiera que se hubiera atrevido a decir lo mismo la antevíspera le habría caído la del pulpo por facha y por enemigo de la clase trabajadora.
- Este clarificador predesenlace (ya digo que aún nos quedan cosas por ver) resume perfectamente la gran impostura que ha acompañado desde su promulgación a la denostada reforma. Me consta que me hago acreedor a un anatema, pero cualquier experta o experto en la materia sin siglas o ideología adosadas les documentarán que esa legislación no es especialmente diferente a las anteriores ni, desde luego, mucho peor de la que engendró el gobierno de Rodríguez Zapatero, contra la que llegó a manifestarse el ministro que la firmó. Va a tener muchos bemoles que lo que se añore, aunque nadie se atreva a decirlo, sea la legislación paternalista de los tiempos del bajito de Ferrol sustituyendo el sindicato único por los sindicatos únicos, ustedes ya me entienden.
- Metidos a recordar verdades incómodas, no creo que sea demasiado escandaloso poner negro sobre blanco que los ERTE que nos han salvado de la catástrofe en la pandemia y a los que se ha aferrado la propia Díaz como un clavo ardiendo deben su actual formulación a la reforma maldita. Claro que no hay mayor muestra de hipocresía que prácticamente todas las organizaciones políticas e incluso sindicales que se ciscan en ella la han aplicado religiosamente a la hora de hacer los ajustes necesarios en sus propias plantillas. Así que sobran las proclamas levantando el mentón. Mejórese lo que haya que mejorar, que seguro que es mucho, pero rebajen el tono. No es derogación, son retoques.