- Confieso que hubo un tiempo, hace ya bastantes lunas, en que pensé seriamente que Alberto Garzón era la gran esperanza blanca de la izquierda. Que me perdone Julio Anguita desde donde esté, pero en aquel chaval que respondía a las preguntas con frescura y sin dogmatismos creí reconocer una versión puesta al día del añorado profesor. Luego, al asistir a su comportamiento poco leal en la agonía de Izquierda Unida y su postrera venta de los restos de serie a Pablo Iglesias a cambio de unas migajas para él, me quedó claro que el fulano era exactamente lo que me decían personas que lo conocían de cerca: un trepador superviviente con piquito de oro. “Como decía García, ni una mala palabra ni una buena acción”, me lo había descrito cierto político que compartió militancia con el malagueño.
- No me extrañó, pues, que Iglesias le reservara una fruslería ministerial cuando pactó el gobierno de coalición con Sánchez. La de Consumo era una cartera a la medida del personaje: mucho lirili y poco lerele. Daba para el lucimiento en las declaraciones y los anuncios de intenciones, pero carecía de la menor capacidad de acción real. A las pruebas me remito. Garzón prometió que haría morder el polvo a las eléctricas, que las casas de apuestas lo tendrían crudo para promocionarse y que las compañías de lo que fuera dejarían de sablearnos con los teléfonos 901 y 902. Solo ha cumplido un tercio de lo último. Ahí están los hachazos en el recibo de la luz y la vergonzosa omnipresencia de los chiringuitos de juego en las transmisiones deportivas.
- Como faltaba una más, ha venido la bocachanclada sobre los males del consumo de carne. Qué ridículo que lo desautorice hasta el presidente de su gobierno con una gracieta “Donde me pongan el chuletón al punto, eso es imbatible”. Y no estoy negando que haya un debate de fondo sobre la alimentación y sus costes en salud personal y colectiva que haya que abordar. Por supuesto que debemos entrar ahí, pero no así, con un vídeo de cuñado a base de frasecitas de bienqueda haciendo tabla rasa sobre la producción ganadera, como si fuera lo mismo una macrogranja que una pequeña explotación donde se cuida con mimo a los animales. En Euskal Herria tenemos varias que, además de contribuir a mejorar los entornos ecológicos, están frenando la despoblación rural. Luego, eso sí, el mismo urbanita buenrollista nos atiza teóricas sobre “la España vaciada” o la importancia vital del sector primario. Por lo demás, si cree que hay que hacer algo, que lo haga. Basta de sermones.